Poner límites: "He dicho que no!"

3 de Mayo de 2014 a las 16:09

 

El concepto de límites resulta a veces contradictorio en su apreciación y en cierto modo polémico. Es un término muy común y cada persona tiene de él una idea muy personal y no siempre coincidente. Poner límites a los niños, a la autoridad, a quien creemos que nos quiere tomar el pelo o manipular.¿Qué os pasa por la cabeza cuando pensáis en "poner límites"?

 

- ¿Tenéis claros vuestros límites?

- ¿Y los de los demás?

- ¿Cómo os sentís cuando ponéis límites a alguien?

- ¿Os cuesta decir que no cuando os piden algo?

- ¿Cómo os sentís cuando queréis poner límites pero acabáis accediendo a lo que os piden?

- ¿Os duele que no cuenten con vosotros cuando los amigos tienen necesidad de ayuda?

 

Límites y tolerancia

 

¿Asimiláis el concepto de " límite" al de " tolerancia "?

¿Cuando ponéis límites os sentís poco tolerantes aún sabiendo que quizás se estén pasando?

De la misma manera que cada persona tiene un umbral propio respecto al dolor físico y a la sensibilidad de la piel, también tenemos un umbral diferente respecto a la percepción de las emociones que despiertan ciertas actitudes. Es por eso que cada uno tiene una percepción diferente de su tolerancia y de la de los demás. Es una cuestión de grado, y en este aspecto nos relacionamos con los demás en función de este grado de percepción.

A veces accedemos a las demandas que nos hacen otras personas no tanto porque nos apetezca o lo veamos adecuado, sino porque si no lo hacemos nos sentimos mal. Si nos preguntáramos por qué nos sentimos así, ¿cuál sería su respuesta?

¿Qué sentimos cuando hacemos a regañadientes algo que nos han pedido?

 

Pequeño ejercicio

 

Si deseáis calibrar cómo os sentís en estas situaciones:

Anotad cada día por la noche durante una semana cuantas veces habéis accedido a demandas a regañadientes y cuántas de corazón y registrad cuál es la emoción resultante en cada caso.

Haced el recuento el fin de semana y verèis cuál es el resultado.

 

¿Porqué nos cuesta poner límites?

 

Para poder entender por qué nos cuesta poner límites tendremos que revisar qué nos representa emocionalmente. ¿Es como si pagáramos un precio? ¿Lo vemos como una inversión? ¿Pensamos que perdemos en ello más que ganamos, o a la inversa?

 

Hay bastantes razones que nos lo dificulta:

 

- Cuando necesitamos reconocimiento de los demás.

- Cuando tememos que nos rechacen.

- Si tememos que nos dejen de querer.

- Cuando necesitamos que todo el mundo esté contento con nosotros.

- Si pensamos que los demás nos tratarán de manera diferente.

- Cuando creemos que los demás se enfadarán.

- Cuando necesitamos que nos necesiten para sentirnos valorados.

- Cuando imaginamos que vamos a perder las amistades.

- Si nos sentimos culpables por no acceder a una demanda.

- Porque creemos que debemos ser incondicionales.

- Porque va incluido en el concepto que tenemos del cariño.

 

Desmontando tópicos

 

 

Cuando a veces accedemos a ofrecer ayuda y no sabemos poner un límite o condición, no es porque nos apetezca, sino porque no escuchamos cómo nos sentimos al hacerlo ni nos planteamos si nuestro malestar es fruto de una contradicción que no hemos atendido.

Además de los motivos personales que hemos descrito por los que actuamos de esta manera también  hay razones culturales que están en sintonía. 

Algunas de las actitudes que nos hacen entrar en contradicción entre nuestro bienestar y lo que creemos que debemos hacer, vividas como obligación, señalan una frontera entre lo personal y lo cultural. Esta frontera es el lugar que define algunos rasgos de nuestra personalidad y de nuestra identidad.

Muchos conceptos relacionados con aspectos psicológicos y sobre todo con las emociones, se apoyan en mensajes sociales establecidos de cómo se deben hacer las cosas: qué es lo que está bien y lo que no. Todas las culturas tienen sus propios modelos de funcionamiento y sus propias normas establecidas en base a patrones sociales, económicos, religiosos, legales, etc. Estos modelos sirven como guías de conducta para sus colectivos, y a veces nos son útiles y otras no.

A veces nos identificamos y nos reafirmamos con aspectos de los modelos de la cultura en la que vivimos, pero a veces no nos satisfacen, y eso nos hace sentir en falso; como si por pensar diferente nos viéramos extraños, raros o fuera de órbita, como si no perteneciéramos del todo a nuestro colectivo o circuláramos un poco por la tangente.

Por ejemplo: en el tema de los límites, uno de los tópicos de nuestra cultura se basa en la idea de que quien los pone sin sentirse mal, (a menos que ocupe un cargo directivo en el que el hecho de mandar está legitimado), es egoísta y no piensa en los demás, y que quien ofrece siempre la ayuda que se le pide es altruista y buena persona. Este tópico, de los que se derivan muchos otros, se sostiene en un prejuicio, que si estamos estamos en sintonía con él, refuerza el sentimiento de culpa y dificulta el acceso a legitimar un criterio propio que propicie escoger libremente y a conciencia lo que consideremos mejor.

Está claro que decidir que queremos aprender a ser asertivos y a poner límites y sentirnos bien, no excluye el hecho de ofrecer ayuda a quienes decidamos dársela.

A menudo nuestra personalidad y los mensajes sociales se alían en nuestra cabeza y nos dificultan poder discernir qué es lo que sentimos y qué es realmente lo que queremos hacer y ponerlo en práctica.

Esto suele ocurrir porque si cuando nos lo planteamos, el modelo social establecido no nos sirve, tendremos que hacer algún cambio en nuestra manera de ver las cosas, y los cambios nos dan miedo ya que muchas veces evidencian diferencias con nuestra gente que no serán entendidas ni aceptadas y quizás nos sentiremos solos y un poco excluidos. Todo depende de lo que estemos dispuestos a invertir en nuestro equilibrio y en el ejercicio de nuestra libertad.

 

¿Qué perdemos cuándo no sabemos poner límites?

 

Solemos sentir rabia contra quien nos pide cosas que no queremos hacer y contra nosotros mismos por no saber gestionar la situación.

Cuando eso forma parte de nuestra manera de funcionar, se resiente nuestra autoestima, que ya no es muy fuerte.

Tenemos la sensación de no respetar lo que queremos y de no saber hacerlo respetar por temor a posibles consecuencias que valoramos en negativo.

Ponemos por delante los deseos de los demás porque no valoramos suficientemente los nuestros.

Nos perdemos la posibilidad de sentirnos bien haciendo lo que realmente queremos hacer.

Cuando actuamos así no ejercemos la libertad de elección.

Atascamos nuestro proceso de autoconocimiento y eso nos impide abrir nuestra perspectiva a otras posibilidades que, por esta razón ya no contemplaremos implícitamente como válidas.

Tendremos que renunciar a regañadientes a cosas para las que estaremos técnicamente preparados, pero emocionalmente bloqueados. Por ejemplo un puesto directivo que conlleva saber poner límites.

Nos dificultará la toma de decisiones que requieran asertividad.

 

¿Qué ganamos si aprendemos a poner límites?

 

- Respeto hacia nosotros mismos y hacernos respetar por los demás.

- Aumentará nuestra autoestima.

- Obtendremos un mejor equilibrio emocional.

- Estaremos en sintonía con nosotros mismos y eso nos dará bienestar.

- Ampliaremos cada vez más nuestra perspectiva ante la vida y podremos aprovechar las oportunidades que se nos presenten porque no tendremos miedo a los cambios.

- Cuando tengamos que escoger, ejerceremos la libertad de elección porque perseguiremos fácilmente lo que queremos sin estar supeditados a la necesidad de reconocimiento.

- Podremos renunciar con tranquilidad a aceptar ciertos "beneficios" a cambio de mantener el propio criterio.

No es lo mismo ofrecer algo a alguien cuando no necesitamos que los demás nos aplaudirán, que cuando no nos podemos negar porque estamos sometidos por el propio criterio y por el de los demás.

 

La diferencia es la libertad elección.